Hace muchos años, en una tarde bestialmente lluviosa, me encontraba viajando en un ómnibus hacia el Centro. Probablemente salía de lo que, entonces, era mi primer trabajo y rumbeaba para el taller de escritura de A, cuestión que me ponía especialmente receptivo. En un punto del trayecto, el semáforo en rojo nos detuvo y pude asistir, desde mi llorosa ventana, a un espectáculo fugaz, tan inesperado como sencillo: un niño sonreía tras los ventanales de un edificio, divertido quizás por el ridículo frenetismo de los peatones que huían de las ráfagas de lluvia. Yo iba de pie, pero mi necesidad de capturar el momento para utilizarlo como material de escritura era poderosa. Tomé el celular y escribí la idea: dos perspectivas de la lluvia, los niños y los hombres. La idea germinó, y pronto tuve entre mis manos un poema titulado “Mar descascarado”. Fue el primero que publiqué en mi vida (en El Paso, Texas), y en torno a él creció mi primer libro: Arca de aserrín. Doce años atrás.

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