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Micaela Moon y otras tentativas

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Sobre “Micaela Moon”

He comentado en diversas ocasiones que Micaela Moon es, sin lugar a dudas, el texto más leído de toda mi producción. No se trata de una virtud específica de la obra, sino de la ferviente y generosa voluntad de algunos profesores amigos que se han encargado de difundirlo (y estudiarlo) en las clases de secundaria. Podría compartir aquí algunas afirmaciones al respecto, pero prefiero dejarles, por el contrario, una serie de preguntas incisivas elaboradas por el siempre curioso (y agudo) Juan Pablo Moresco:

“¿Es el narrador un poeta anónimo que se disfraza a través de un alter ego para trascender su propia soledad, su miedo? ¿Es la lluvia el telón de fondo del sueño, el velo que disfraza la realidad y la trasmuta? ¿El narrador es Micaela Moon, la máscara de un poeta maldito? ¿Es Micaela Moon la hermana menor de Vincent Moon, la parte ignorada de un alma escindida por el miedo y la contradicción de la naturaleza humana?”

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Sobre “La puntada del corredor”

Había llegado a Montevideo en el mes de julio, llovía con intensidad sobre el Aeropuerto Internacional de Carrasco y sintió —cuando puso los pies en la tierra— que el Uruguay era de un gris agresivo, limpio y sustancialmente triste. Viajó en silencio en la parte trasera de un taxi, no por antipatía, sino porque la mampara le parecía una interferencia infranqueable. El camino le mostró el perfil más bello de la ciudad, la rambla montevideana que no lucía sus mejores galas debido a la tormenta que golpeaba con fuerza toda la costa del Río de la Plata. Llevaba las indicaciones de Daniel en el celular, y el taxi lo dejó en la puerta de la pensión de la calle Misiones. Revisó la cama ruinosa antes de dejarse caer en ella y mirar el techo durante una veintena de minutos. La lluvia se escuchaba con una claridad sorprendente y se levantó para verificar que no se estuviera inundando la habitación. El sonido provenía de un pequeño patio interior, inaccesible pero observable desde la ventanita con barrotes. Las rejas de los vecinos dibujaban un lacrimoso recorrido de óxido en las paredes centenarias y el frío se colaba por las destartaladas tablas del piso. No durmió esa noche porque los sueños no se podían materializar en el frío. De pronto un escenario empezaba a configurarse, pero un miedo aterrador lo destrozaba a manotazos. Se sentaba en la cama sabiendo que el abrigo era corto y la noche larguísima.

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Sobre “Se murió con el secreto”

Hace muchos años, una tarde de invierno, visité a un amigo que vivía con su abuela en una de las casas más antiguas de nuestro barrio. Como otras veces pasé a buscarlo y su abuela me recibió con una visible molestia por interrumpir sus telenovelas. Pero en esa ocasión algo había cambiado: la puerta del cuarto de mi amigo estaba cerrada. La señora me conminó a que lo aguardara, al tiempo que dejaba en mis manos un mate tibio, capaz de doblegar los paladares menos exigentes. Lamenté mi situación, que no podía ser peor, y empecé a planificar la retirada, que llevaría a cabo luego de la cortés ingesta del tercer mate cebado por la abuela. Sin embargo, una historia fabulosa, brotada casi sin querer de los agrietados labios de la señora, desbarató mis planes. De todo esto trata “Se murió con el secreto”, tercer cuento de Micaela Moon y otras tentativas. También de un ineficaz y tardío agradecimiento.

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Sobre “El dueño de la pelota”

Escribí “El dueño de la pelota” –segundo cuento de Micaela Moon y otras tentativas– para la diaria, hace ya algunos años. Esa primera versión, bastante rústica y apurada, pasó por el filtro de la depuración hace unos meses, cuando decidí conformar un conjunto de textos que rodearan o sostuvieran a la persistente Micaela Moon. La idea de recuperar sucesos ocurridos en mi adolescencia, especialmente vinculados a la amistad, el fútbol y la violencia se consagra de forma aceptable en este texto. Por otra parte, la inclusión de un forastero que sufre los avatares propios de su condición, responde a una de mis obsesiones recurrentes. Una más.

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Sobre “Paraná”

“Paraná”, el primer cuento de Micaela Moon y otras tentativas, fue escrito para una antología rosarina que finalmente se vio frustrada. Es la historia de Richard Santana, un escritor uruguayo que acepta una invitación para dar unos talleres en la ciudad de Rosario. Su viaje no es más que una excusa para tomar distancia de un hecho bochornoso ocurrido en su pasado reciente, acaso redimirse, o simplemente barajar de nuevo:

“Se paseó por la ciudad dispuesto a seguir el rumbo que cada esquina le dictara. Sabía que volvería una vez más al Paraná. Recorrió algunos sitios emblemáticos, se fijó en el andar de los rosarinos y trató de justificar analogías con los montevideanos. El tiempo corría distinto porque era la penúltima jornada. Las dos semanas se habían diluido en el malestar de la incertidumbre. Todo resultó trabajoso con esa cruz a cuestas, lo más difícil fue depender de la buena fe de otros para obtener la paz”.

[Micaela Moon y otras tentativas, disponible en su librería amiga]